El legado indiano de Lloret de Mar
“A los que vuelven con dinero se les llama indianos. Los que vuelven sin nada, no tienen nombre. Los que no vuelven, tampoco”.
En la segunda mitad del siglo XIX muchos loretenses lo dejaron todo para ir a hacer fortuna a las Américas, principalmente a Cuba. Igual que ocurre ahora en otros lugares, eran pocos los que alcanzaban el éxito, pero cuando regresaban les gustaba hacerse notar construyendo mansiones e invirtiendo en patrimonio para su pueblo natal. Cada mes de junio Lloret de Mar celebra la Feria de los Indianos y este año hemos ido con un blogtrip organizado por Lloret Turismo y la revista Descobrir.
Este es el itinerario que hemos hecho y que te proponemos si quieres conocer el legado indiano de Lloret de Mar.
Empezamos por el Cementerio Modernista, que forma parte de la Ruta Cultural Europea de Cementerios Singulares. Patrocinado por familias indianas de Lloret y burgueses barceloneses, se inauguró en 1901 y colaboraron arquitectos de la talla de Joaquim Artau, Puig i Cadafalch y Bonaventura Conill. Caminando entre los panteones, más que un cementerio parece una colección de obras de arte modernistas que se disputan la atención del visitante. Los más espectaculares, en el piso superior, nos dan pistas de quienes eran los indianos más ricos y reputados y vamos conociendo sus negocios e las historias personales que los rodean. Destacan el de la familia Costa-Macià, con mosaicos en el interior y gárgolas con forma de dragón, o el de los Esqueu-Vilallonga, visible desde cualquier punto, así como los hipogeos de las familias Camps-Nonell, con una figura femenina orando, y Fàbregas-Mataró, con un ángel que lleva una ofrenda floral y la inscripción tempus fugit. Y es que en este cementerio no hay muertos, sino gente que espera la muerte.

Panteones de las familias Casanovas-Terrats (obra de Antoni Maria Gallissà) y Esqueu-Vilallonga (obra de Bonaventura Conill).

Hipogeos de las familias Camps-Nonell (obra de Ismael Smith) y Fàbregas-Mataró (obra de Bonaventura Conill).
En un espacio idílico en medio del bosque y con vistas al mar se encuentra el siguiente lugar destacado de esta ruta. El santuario de Sant Pere del Bosc fue un monasterio benedictino desde finales del siglo X hasta el siglo XVII, quemado en dos ocasiones por las tropas francesas. Medio en ruinas, pero muy querido por los loretenses, entró a subasta en 1860 con la desamortización de Mendizábal y fue el indiano Nicolau Font i Maig quien lo compró desde Cuba. Cuando volvió a Lloret inició el proceso de restauración con la colaboración del arquitecto Puig i Cadafalch y el escultor Eusebi Arnau. Del conjunto patrimonial todavía se conserva la antigua capilla, con pinturas preciosas en el interior y una reproducción de la goleta en la que Nicolau regresó de Jaruco (Cuba), por eso se le conocía como el Conde de Jaruco, aunque nunca aceptó el título debido a sus fuertes convicciones republicanas.
El resto del edificio está ocupado por un restaurante y el Hotel-Spa Sant Pere del Bosc, que tiempo atrás había sido también un asilo. Su excelente ubicación convierte a este hotel en un oasis para el relax y la desconexión, que cuenta con una piscina de agua salada al aire libre y en el que las antiguas celas de los monjes se han reconvertido en habitaciones con mucho estilo y personalidad.

Estatua de Nicolau Font (1911) encargada por sus herederos y santuario de Sant Pere del Bosc (capilla y hotel).
Una parada obligada son los Jardines de Santa Clotilde, que el Marqués de Roviralta hizo construir para su primera esposa, Clotilde Rocamora, y que están situado en lo alto de un acantilado con maravillosas vistas a la cala Sa Boadella. En el nivel más alto de los jardines está la Villa del Mar, segunda residencia de los herederos del Marqués, que domina las 27.000 hectáreas de terreno. Antiguamente, estos terrenos pertenecían a payeses loretenses que cultivaban viñedos, pero cuando la filoxera arrasó, se los vendieron. Diseñados por Nicolau Rubió i Tudurí, los Jardines de Santa Clotilde son un buen ejemplo de integración con el paisaje natural y autóctono y siguen el estilo renacentista italiano y novecentista catalán. Muchas de las estatuas y bustos que hay venían directamente de Italia. Como si los jardines fuesen su gran obra maestra, el Márqués de Roviralta fue haciendo pequeñas reformas a lo largo de toda la vida.

Residencia Villa del Mar y angelitos que evocan el mito de Apolo y Dafne en los Jardines de Santa Clotilde.
Estamos de acuerdo con el escritor Josep Pla en que uno de los espacios más bonitos es la escalinata cubierta de hiedra que desemboca en la plaza de las Sirenas, esculpidas por Maria Llimona, y que describió como “una gran escalinata, flanqueada de soberbios cipreses, encarada sobre la punta de Santa Cristina que produce una impresión imborrable y es uno de los momentos más bellos de la costa”. La belleza y el encanto de este rincón hace que sea un escenario ideal para pequeños conciertos en noches de verano y también para rodajes publicitarios.
Después de una buena comida mediterránea en la terraza del Restaurante Marsol en el paseo marítimo, damos una vueltas por el centro y vamos descubriendo pequeñas joyas arquitectónicas, como la Iglesia de Sant Romà de estilo gótico catalán y construida en el siglo XVI, y las dos capillas laterales de estilo modernista, la del Baptisterio y la del Santísimo. De hecho, la capilla del Santísimo fue un encargo del indiano Narcís Gelats, que se la dedicó a su esposa loretense.
Paseando por las callejuelas encontramos Can Comadran, la casa indiana de Nicolau Font. Cuando se edificó en 1877 era la casa más grande de Lloret y la única que tenía calefacción. Ahora es propiedad del Ayuntamiento, que la quiere reconvertir en casa-museo. Otra casa indiana es la actual sede del Museo del Mar, visita muy recomendable para hacer un repaso a la historia de la ciudad tan unida al mar y conocer los periplos a los que se enfrentaban todos los que se iban a las Américas. Cabe destacar que el techo, el suelo y las paredes de la casa todavía conservan las pinturas originales restauradas.
¿Y cuál es la mejor forma de terminar este recorrido por el Lloret indiano? Tomando un daiquiri, el típico cóctel cubano que el loretense Constantí Ribalaigua puso de moda en todo el mundo desde el bar El Floridita en La Habana Vieja. Ernest Hemingway, que era cliente habitual, decía: “Mi Mojito en la Bodeguita, mi Daiquiri en El Floridita”.
Como compartimos este blogtrip #AmericanosLloret con otros bloggers de viajes, aquí os dejamos sus crónicas (por orden alfabético):
– Cesc Laverias: Un altre Lloret? Sí, existeix
– Destinos Actuales: 4 motivos para visitar Lloret
– Donant un voltet: Blogtrip per Lloret de Mar
– Equipatge de mà: Lloret de Mar, mucho más que fiesta (I) i Lloret de Mar, mucho más que fiesta (II)
– Fotografiando y Viajando: La otra cara de Lloret de Mar