La ciudad sagrada de Kandy
A medida que el tren avanza, las imágenes de pobreza del extrarradio de Colombo, protagonizadas por una hilera infinita de barracones y algunas vacas hambrientas que pastan junto a las vías, dan paso al intenso verdor de los bosques tropicales y las montañas cubiertas de niebla de las mesetas centrales. Después de un retraso considerable, propio del sistema ferroviario esrilanqués, y de una tormenta tropical que pone el toque épico al trayecto en tren, llegamos a Kandy con sol.
La ciudad sagrada de Kandy, la última capital de los reyes esrilanqueses hasta que fue ocupada por los británicos en 1815, es la puerta de entrada a la región de montañas y plantaciones de té de Sri Lanka. El lago presidido por el Templo del Diente de Buda es su gran reclamo. De hecho, el lago es artificial, lo mandó construir el último gobernante del reino de Kandy, Sri Wickrama Rajasinha, en 1807, pero es un espacio muy agradable y tranquilo para pasear en contraposición con las estrechas y bulliciosas calles llenas de tráfico del centro de la ciudad, especialmente cuando se pone el sol creando una bonita estampa.
El Templo del Diente de Buda es el principal centro de peregrinación para los budistas esrilanqueses porque, como su nombre indica, atesora un diente de Buda custodiado dentro de un cofre de oro con forma de dagoba o estupa que solo se puede ver durante la «puja», el ritual de ofrendas y cánticos que se celebra tres veces al día y que va acompañado de música de tambores y flautas. Bueno, el diente no se ve, solo flamante cofre dorado que lo protege. El templo es precioso y muy armónico por fuera, pero el interior es una auténtica maravilla. Descalzos, lo recorremos entre la multitud, en parte turistas y en parte fieles que vestidos de blanco vienen a hacer ofrendas, normalmente con flores de loto, que simbolizan la completa purificación del cuerpo, la palabra y la mente. Las pinturas y esculturas, los trabajos de orfebrería y las relucientes estatuas doradas de Buda que hay por todas partes nos dejan boquiabiertos.

Budistas esrilanqueses haciendo ofrendas (izquierda) y el cofre que custodia la reliquia de Buda (derecha)
Con uno de los típicos y prácticos tuk-tuk exploramos las afueras de Kandy, donde se encuentra el interesante Museo del Té Esrilanqués. Como buenos bebedores de té disfrutamos de la visita al museo, ubicado en la antigua fábrica de té de Hantane del año 1925, durante la cual descubrimos el delicado proceso de elaboración del té desde su recolecta y procesado hasta su empaquetado. Entre las explicaciones de una de las guías del museo y los paneles informativos aprendemos la función de cada una de las máquinas y utensilios expuestos y conocemos la historia del té de Ceilán. Y es que hasta la década de 1860 en Sri Lanka se cultivaba café y no té, pero el 1869 las plantas de café murieron a causa de un hongo y los propietarios de las plantaciones tuvieron que optar por otros cultivos si no querían arruinarse. El dueño de una de estas fincas puso a James Taylor, un escocés recién llegado, al frente del primer sembrado de té y el resultado fue todo un éxito. A partir de entonces la industria del té se extendió por todo el país captando el interés de grandes compañías británicas y de aquí surgieron los grandes nombres del mundo del té como Thomas J. Lipton. Datos e historia aparte, la visita termina con una cata de un delicioso té negro de la variedad BOP Kandy en el piso más elevado de la fábrica con vistas espectaculares del entorno.
En medio de un caótico tráfico, entre adelantamientos imposibles y una sinfonía de cláxones, llegamos también en tuk-tuk al inmenso Jardín Botánico de Peradeniya. Aunque nos decepciona enormemente el jardín de las especias, donde no vemos nada más que dos tristes plantas de cardamomo y café, disfrutamos de un rato al aire libre y naturaleza paseando por estos jardines de 60 hectáreas, antiguamente reservados exclusivamente a la realeza, donde vemos una higuera de Java gigante, un bosque de bambú, un invernadero de orquídeas… y un escorpión que cruza tranquilamente uno de los caminos del parque. La repentina tormenta tropical, muy habitual por las tardes, nos obliga a regresar antes de lo previsto a la ciudad.
Un espectáculo de danza y música tradicional con los célebres Kandyan Dancers, que ataviados con trajes y disfraces de colores estridentes y bien cargados de accesorios bailen enérgicamente y hacen acrobacias al ritmo de los tambores, es el colofón de nuestro paso por Kandy.